El Unicornio Perdido: Visita a la Capilla Santa Susana de Soca

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En una mañana muy calurosa de febrero, en pleno verano uruguayo, y buscando rescatar uno de los lugares únicos que tiene nuestro país (de esos que felizmente existen por doquier a lo largo y ancho de su territorio), nos dirigimos hasta la localidad de Soca con el propósito de visitar la Capilla Santa Susana. A contrapelo de los mandatos de la estación estival, nos sumergimos en este atípico objetivo de viaje, lejos de los ruidos citadinos y de los puntos vitales de movimiento turístico y vacacional; lejos de los espacios verdes de esparcimiento y de las luces atractivas de los habituales lugares de descanso; lejos de las hermosas costas del departamento de Canelones y de tantos otros sitios de interés que convoquen a uruguayos y extranjeros por estas fechas, fuimos al encuentro de aquella exótica construcción, de cuya existencia e historia se sabe más bien poco, aun por estos días, y cuya suerte algo errante a lo largo del tiempo, la han dejado al margen del resto de las cosas, condenando su irrepetible belleza, a un acto permanente de resistencia solitaria y silenciosa, a través de largas décadas de abandono y de olvido.  

Autor; Hernán Barrios

El lugar

La capilla está ubicada en el pueblo de Soca, departamento de Canelones, sobre la vía Zenón Burgueño, entre la calle 5 y Manuel Oribe y en la actualidad, comprendida dentro de un predio privado. Luego de gestionar los permisos correspondientes para su visita, fuimos recibidos aquella mañana de sábado por Julio César Correa, el casero del predio en donde se encuentra dicho templo, y encargado entre otros asuntos, de su custodia. Con él estuvimos conversando aproximadamente treinta minutos, sobre diversos temas que atañen a la historia de la familia cuyo distinguido apellido hoy lleva por nombre el pueblo, además de intentar con nuestras preguntas, revelar algunas de las interrogantes que hasta hoy en día rodean los orígenes de la construcción de la capilla, las razones por las ciertamente la obra quedó inconclusa, y por qué finalmente quedó abandonada sin cumplir cometido alguno.

Nos adentramos un poco en su historia, en la de la poetisa Susana Soca y en la del arquitecto español que elaboró el proyecto que llevó a cabo una obra de carácter religioso dentro de los parámetros católicos y del imaginario cristiano, con una exacerbada simbología mística realizada por un no creyente.

Un poco de historia: Susana y la familia Soca

En principio, se sabe que la capilla iba a ser ideada a modo de mausoleo, para honrar la memoria del Dr. Francisco Soca (1856-1922), pero después su esposa Luisa Blanco de Acevedo resignificó aquel cometido ante la inesperada muerte de su hija Susana Soca (1907-1959) y buscó que sus restos descansaran en dicho lugar. Según lo que nos contó Correa, una de las razones por las que eso tampoco sucedió, fue que por esos años el estado uruguayo no permitió un enterramiento de esas características.

Según la investigadora Mary Méndez (“Divinas piedras: Arquitectura y Catolicismo en Uruguay, 1950-1965”) la realización de la capilla fue financiada por los Soca después de la muerte de Susana. Oriunda de una distinguida y poderosa familia en aquel Uruguay de la primera mitad del siglo XX, que tenía fuertes influencias y contactos tanto a nivel nacional como en el extranjero, Susana nació en el seno de la alta sociedad uruguaya del momento, recibiendo una distinguida educación que entre otras cosas, le permitió hablar y escribir en diversos idiomas, además de dedicarse enteramente a la poesía.

Residió en Europa por muchos años, en donde continuó su formación intelectual, formando parte de grupos intelectuales junto a otros uruguayos allí residentes. Se nucleó junto a éstos en cenáculos artísticos que tomaron contacto con personalidades españolas y francesas de gran prestigio literario. Susana, además de viajar por diversos lugares del viejo continente, residió en Francia durante diez años, y desde allí comenzó a dirigir y publicar sus Cahiers de la Licorne (Cuadernos del Unicornio), una revista que llegó a ser bilingüe (francés-español) con autores diversos como Jorge Luis Borges, Pablo Neruda o Supervielle, Hildegarda von Bingen o Sor Juana Inés de la Cruz. En cuanto a su obra personal, la poesía de Susana Soca tiene entre otros componentes, un alto contenido espiritual, con énfasis en la contemplación como vía directa a la experiencia místico-religiosa. A través de aquel mundo de redes literarias, artísticas e intelectuales, fue que Susana conoció a Bonet.

El arquitecto

Antonio Bonet Castellana (1913-1989) fue un arquitecto y diseñador español especializado en diseño, nacido en Barcelona. Realizó estudios junto al arquitecto francés Le Corbusier y en su juventud formó parte de proyectos arquitectónicos en su ciudad natal y Madrid. Su desembarco en el Río de la Plata se produjo tras el comienzo de la guerra civil en España durante los años treinta. Además de trabajar en Buenos Aires y Asunción, aquí en Uruguay participó en la urbanización de Punta Ballena y Portezuelo (en esta última localidad, en colaboración con Eladio Dieste), en el departamento de Maldonado.

En uno de sus regresos a Uruguay en 1948, Susana pudo ciertamente conocer a Bonet (Mary Méndez pág. 124) y así contratarlo “para construir una iglesia en memoria de su padre”. No hay certezas de cómo se dieron realmente las cosas. El proyecto no surgió como tal sino hasta después de la muerte de la poetisa, ocurrida en 1959 en un accidente de avión en Río de Janeiro, cuando regresaba a nuestro país desde Europa. La fatalidad del suceso bien habilita a pensar que pudo ser la madre de Susana quien haya hecho la solicitud expresa a Bonet.

La Capilla

El proyecto fue diseñado por Bonet con la técnica de hormigón armado en “un entramado triangular de vigas apoyadas en pilares inclinados” (Mary Méndez, pág.136). El proyecto fue completado en Buenos Aires hacia 1962, y en enero de 1963 comenzó la obra bajo la dirección de la arquitecta argentina Marta Allio Si bien Bonet viajó desde Europa en diversas oportunidades para supervisar las actividades, la obra estuvo a cargo de la empresa constructora uruguaya de Raúl Clerc y Héctor Guerra y no contó con la continuidad deseada. Es muy posible que el arquitecto español haya visitado por última vez la construcción en junio o julio de aquel mismo 1962 (Mary Méndez, pág. 137); luego sobrevino una interrupción de las actividades que duró aproximadamente dos años.

Hacia 1965 todavía no había sido colocada la cristalería gótica que adorna el interior de la capilla; los vidrios seguramente hayan sido colocados hacia 1967 (Mary Méndez 139) y fueron diversos los elementos que faltaron por terminar. Nunca se le revistió el piso.

En cuanto a la liturgia cristiana, “como templo católico nunca se dedicó” (Miguel Álvarez Montero, “Iglesias del Uruguay. Historia, Arquitectura y Arte Sacro”, Vol. 7); en él nunca se celebró una misa ni hubo jamás actividad religiosa.

En cuanto a la obra propiamente, dice Mary Méndez, “se presenta como algo abstracto” y “simbólica hasta el extremo”, cuya composición muestra un rectángulo de 24 metros de largo por 12 de ancho, que adquiere la forma de cruz latina si se la observa desde el aire. Además, “está dividida en dos cuadrados de 12 por 12 metros, número que simboliza las doce tribus de Israel y los apóstoles” (pág. 126).

Abstracta y simbólica, la trinidad cristiana se representa todo el tiempo a través del triángulo como forma geométrica perfecta. En este sentido, el edificio está “compuesto por 16 triángulos equiláteros de 12 metros de lado” en donde 12 de ellos están a su vez divididos en 25 triángulos más pequeños y cada uno de ellos en otros 9 triángulos (pág. 129).

La capilla en nuestros días

Los trabajos quedaron inconclusos, y junto al paso inevitable del tiempo, también se dio el paso inevitable de las vidas de aquellos protagonistas que idearon el proyecto. La época cambió y el templo entonces quedó como una expresión inacabada del pasado; su suerte quedó librada a una suerte de abandono que llegó hasta los extremos de ser ocupada en algún momento y de manera irregular, como refugio de transeúntes.

En 1997 fue adquirida por manos privadas que contrataron “al Arquitecto William Rey para lograr detener la destrucción del templo” (Miguel Álvarez Montero, ibid..).

En el año 2014 fue declarado Monumento Histórico Nacional y la apertura al público se dio en el marco del Día del Patrimonio en alguna de sus ediciones.

Hay proyectos para convertir el lugar en un centro activo para la comunidad local, que aproveche y lo transforme en lugar de interés cultural con atractivo turístico. Según Correa, en tiempos recientes, “antes de la pandemia, estuvo abierta. Se hicieron muchas exposiciones de cuadros, se filmaron documentales y películas”.

Sin duda el sitio merece una revalorización, ya reconocida a nivel patrimonial por el estado uruguayo, pero aun con ausencia de fondos para la recuperación edilicia, el mantenimiento de su estructura y el otorgamiento de una función social, educativa y artística.

Agradecemos a Jacobo Malowany por hacernos llegar esta nota.

Nota:

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