Camaronada en Valizas: donde la Semana de Turismo tiene sabor a mar, historia y raíces vivas

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Hay viajes que no buscan asombrar, sino recordar. Recordar el sabor de lo simple, la música que no suena en parlantes sino en la calle, los paisajes donde el tiempo parece haberse detenido. Mi parte final de la Semana de Turismo comenzó el jueves  y de pronto se volvió inolvidable. En Valizas, la plaza Leopoldina Rosa se transformó en un corazón palpitante de vida costera.

Ahí, bajo el cielo diáfano del este uruguayo, se celebró la Camaronada, una fiesta que mezcla la paciencia del pescador con la creatividad del cocinero y el alma de un pueblo que honra su vínculo con el mar. Organizada por la Corporación Rochense de Turismo y la Dirección de Turismo de Rocha, y el municipio de Castillos junto con el respaldo del Ministerio de Turismo, esta séptima edición volvió a confirmar que el jueves puede ser el día perfecto, la madre naturaleza no la quiso el sábado y desbordo de público y de sol el día elegido.

Autor; Jacobo Malowany  – síganme en todas las redes sociales como @jacobomalowany

Mi percepción de la fiesta de camarones y comunidad empoderada.

Probé camarones como si fuera la primera vez: al ajillo, en empanadas crujientes, a la parrilla, en brochettes, buñuelos de algas y croquetas que parecían venidas del Atlántico profundo. Ciao Mamma sorprendió con pastas que abrazaban el mar en cada bocado; La Proa ofreció un menú que era literalmente una carta de navegación costera. Su paella y tacos sublimes, Y espectáculos musicales con artistas locales y el DJ Ale Machín encendieron la tarde.

Me hicieron una invitación que no pude rechazar, me invitaron por parte de Sebastian del restaurante Wahieke  a su  hotel Brisas del Mar, donde el murmullo de las olas marcaba el compás de una velada única. Desde allí se veía Aguas Dulces: un destello cálido en el horizonte, como si el pueblo entero fuera una carta para navegantes emocionales. Candombe improvisado por vecinos, música brasilera, jazz fusión en el Club Aguas Dulces.

Aguas Dulces es un lugar que se descubre con los pies descalzos. Se llega fácil desde la Ruta 9, poco antes del trébol de Castillos, o desde Valizas por la Ruta 10. Allí, entre calles de arena, casas de madera enfrentan al viento y al olvido con una belleza sin maquillaje: techos de zinc, colores desteñidos, ventanas como ojos de buey y decks armados con tablones que alguna vez flotaron.

La calle principal —Cachimba y Faroles— es un collage costero: librerías, cafés con pan casero, música suave y platos del día servidos por quienes cocinan como si alimentaran a un amigo. En esa misma calle, en la zona que llaman Gorlerito —una ironía local hacia el glamour de Punta del Este—, vi caer el sol como se baja un telón naranja sobre el océano. También visité su playa naturista, donde la libertad y el respeto conviven con naturalidad.

Pero Aguas Dulces también guarda secretos sumergidos. En 1875, el vapor Arinos, de bandera portuguesa, naufragó frente a estas costas. Se dice que llevaba monedas de oro. Otros naufragios, como el del Francisco Rocco y el Gainford, aún aparecen en los relatos de fogón y en las libretas de los viejos pescadores. Son leyendas que no necesitan pruebas, solo oídos dispuestos a escuchar.

Aquella misma tarde, desde el arroyo Valizas, tomé una lancha rumbo al Bosque de Ombúes. El paseo —25 dólares bien invertidos— es una travesía poética. Más de 60 hectáreas de ombúes, algunos con 500 años de vida, se agrupan en una de las rarezas ecológicas más fascinantes de Sudamérica. Sus troncos, gruesos como abrazos, guardan historias de viajeros y contrabandistas. Entre sus raíces uno no camina: flota.

Antes de volver, me detuve en el poblado sobre el arroyo y compré pescado y camarones frescos. Me los llevé a casa como quien guarda un mapa: una camaronada propia, cocinada a leña, con aroma a sal y a tiempo detenido.

Rocha no se impone. Se insinúa. En Valizas y Aguas Dulces no sos turista: sos parte de un relato que te incluye sin pedir permiso. En tiempos donde todo se acelera, esta Semana de Turismo —que también fue de Pascua— me recordó algo esencial: aún hay lugares donde lo sagrado no está en los templos, sino en el encuentro con lo simple, lo genuino, lo vivo.

Autor:

Para contactar a Jacobo Malowany o conocer más sobre su trabajo, puede escribirle a jmalowany@altagerencia.es. Su dedicación al turismo, la enseñanza y el coaching lo convierten en un profesional calificado en el panorama actual.

Nota:

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